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domingo, 2 de marzo de 2008

AMANTES DE PROFESIÓN: Madame de Montespan






Escultural y voluptuosa. Con piel de durazno, ojos color miel y una flamígera cabellera repleta de bucles, bien pudo ser la bomba sexual de su época: Madame de Montespan 



Françoise Athénaïs de Rochechouart de Mortemart  fue bella desde que llegó al mundo, en el castillo de Lussac-les-Châteaux, un 5 de octubre de 1640. Era la hija mimada del Duque de Mortemart y Diana de Grandseigne.  Siendo apenas una adolescente -que gustaba de la lectura, la política y el ajedrez- sus padres la casaron con el muy feo marqués de Montespan, con quien tuvo dos hijos y un apellido, que su portadora convirtió en leyenda: Madame de Montespan.

Cuando la sexy pelirroja llegó a la Corte de Luis XIV como dama de compañía de la reina Maria Teresa de Austria, todos los ojos se posaron en ella, especialmente los del Rey Sol.  Por aquellos tiempos Luis estaba aburrido. La Reina rezaba todo el día y Luisa de la Valliere, su favorita, le profesaba un tipo de amor meloso, abnegado y desinteresado, más propio de una esposa, que de una amante. Y este poderoso hombre, que incrementó el poder y la influencia francesa en Europa, combatió en tres grandes guerras y fue el prototipo de la monarquía absoluta… necesitaba pasión. Y aunque había jurado –era muy creyente hasta entonces- no coquetear con mujeres casadas, le fue imposible ignorar a Madame de Montespan, "belleza que debe ser mostrada a todos los embajadores", decía.

Athénaïs por su parte, decidió conquistar al rey desde un primer momento y usó para esta empresa todas sus armas femeninas. Se ganó la confianza de la reina haciendo comentarios agrios sobre Luisa de Valliere y a su vez, fingió hacerse amiga de la favorita. Muy segura de su espléndida belleza, hacía bromas sobre los enamorados que la codiciaban en Versalles, pero decía que solo podía serle fiel a su marido. Finalmente el paciente y astuto despliegue de seducción dio sus frutos y Le Roi Soleil sucumbió a los encantos de Madame de Montespan, y la convirtió en su amante.

La Reina Teresa bostezó con tristeza, la Valliere apenas protestó y aceptó mansamente un ducado, pero el marqués de Montespan puso el grito en el cielo. Estaba francamente indignado porque el rey se fuera al lecho con su esposa y armó un escándalo. Dicen que se vistió de negro, forró de oscuro su carruaje y colocó unos cuernos de toro sobre el coche para que todos se enteraran de su afrenta. Incluso se cuenta que hizo un funeral burlesco para sepultar su honra marital. Luis XIV respondió haciendo arrestar al hombre y lo exilió en una hacienda, pero no tomó mayores medidas contra el ultrajado rival.


Madame de Montespan se convirtió entonces en la maîtresse en titre oficial, con todos los honores y odios que acarreaba el ansiado título. Luis pagó sus deudas, le compró propiedades y joyas y le dio una vida de reina. También nombró a su padre como gobernador de París.

La ambición de la Montespan, rodeada de lujos y una corte brillante, crecía junto a su inseguridad: el rey compartía su lecho pero cohabitaba con su antigua amante, incluso nunca dejó de visitar la cama de su esposa Maria Teresa.

Las tres mujeres (cuando Luis se fue a batallar a Flandes, llegaron a coincidir en el mismo carruaje, para bochorno de la reina) no ahorraban comentarios cáusticos y mordaces entre ellas, pero decididamente siempre la más burlona y despiadada fue la Montespan.

Después de parir siete hijos del rey y haber legitimado a todos, la obesidad se fue adueñando de su hermoso cuerpo. Los cronistas aseguran que al darse cuenta de que el monarca ya no estaba encandilado con ella, la Montespan recurrió a la magia negra para tratar de retener a su hombre. Madame La Voisin, una bruja abortera le consiguió filtros de amor, venenos y hasta hizo que se celebraran misas negras sobre su cuerpo desnudo a medianoche. Cuando Luis se enteró que su favorita le había dado peligrosos afrodisíacos –que le provocaron fuertes ventosidades y nada más- no quiso continuar su relación con Athénaïs, temiendo por su vida y la de sus hijos. No la exilió de la corte y le permitió conservar sus posesiones, pero jamás volvió a su cama.

Madame de Montespan siguió con su ritmo de vida, ofreciendo grandes fiestas, aún siendo una viejita gordezuela y de plateados cabellos. Nada quedaba de la mujer astuta y caprichosa, verdadera leyenda sexual, que supo cautivar a uno de los reyes más poderosos de la historia.

...Curiosamente, la mujer que ella había elegido como institutriz de sus hijos, Madame de Maintenon , sería el gran amor de Luis XIV, y se casaría con él en una boda morganática.



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