CAPITULO 2/3:
“Los amores de Catalina”
“Pasaba de un amante a otro sin el menor escrúpulo, pero guardando siempre el respeto total de las formas. Abandonó su cuerpo como su virtud y su honor, a distracciones siempre nuevas, a placeres rebuscados con desenfrenado ardor, pero no olvidó su dignidad, su ambición ni la superioridad que había de demostrar en el futuro.”
Casimiro Waliszewski
El 21 de agosto de 1745 San Petersburgo asistió a uno de los casamientos más lujosos de todos los tiempos. Docenas de buques trasladaron a los representantes de las coronas europeas a través del helado Neva y la fabulosa Iglesia de Kazán vistió sus mejores galas para el casamiento de Pedro y Catalina.
Pero nada, ni siquiera la esmerada bendición del obispo de Novgorod salvó a los esposos del desastre. Inmediatamente apagadas las luces de la fiesta, Pedro Ulrico dio rienda suelta a su carácter y el primer gesto, fue dejar de lado a su joven, hermosa y ardiente esposa, para hacer la corte a todas las mujeres que se le cruzaban, incluyendo las criadas que compraba por pocos rublos.
Algunos autores aseguran que Pedro habría padecido de fimosis, la cual le imposibilitaba copular, y ésta sería la razón de su esterilidad y acomplejado comportamiento sexual.
El abandono de los deberes conyugales por parte del Gran Duque, condenaron a Catalina a más de 8 años de virginidad, situación que preocupaba sobre todo a la Zarina Isabel que esperaba un heredero a toda costa.
“Mi querido esposo - decía Catalina en su diario- no se ocupaba de mí, dedicado como estaba a sus juegos militares o a cambiarse veinte veces al día de uniforme, a jugar con los soldaditos, a entretenerse con sus muñecas, con su teatro de marionetas y con las jaurías de perros de caza”.
La joven y bella Catalina resignada a su suerte, se dedicó por completo a estudiar. Se carteaba con Voltaire, D´Alembert, el filósofo Diderot (a quien más tarde recibiría en su corte por un prolongado tiempo), leía a Plutarco, Montesquieu, Tácito y los enciclopedistas. En realidad, en esos tiempos de soledad y abandono, comenzó el gran amor de Catalina por el Despotismo Ilustrado.

Pero claro, también existía otro tipo de amor y ella lo presumía. Sus encantos femeninos eran objeto de piropos e insinuaciones por parte de los hombres de la corte, y había comenzado a apreciar la galantería, sobre todo los requiebros de un tal Tchernichev, gentilhombre del gran Duque. Pero fue el chambelán de la emperatriz, Sergio Saltikov, quien sedujo de manera fulminante y por primera vez, a la efusiva Catalina.
A la pragmática Zarina le importaba muy poco que el bebé no tuviera ni una gota de sangre Romanov, y una vez cumplida la misión, destinó a Sergio Saltikov a congelarse en Estocolmo, en “misión diplomática” para evitar sospechas.
Pedro, bien gracias. Cada vez más violento y vulgar, pasaba la mayor parte del tiempo en sus habitaciones, borracho y perdido entre bacanales, extravagancias e infantilismos.


La Gran Duquesa Catalina fue fiel a su guapo polaco por algunos meses, hasta que conoció a Gregorio Orlov, un héroe de batalla con cara angelical y un físico de Tarzán, con quien tuvo otro hijo, a quien se conocería como Alex Bobrinsky.
El 5 de enero de 1762 falleció Isabel, hija de Pedro El Grande y accedió al trono ruso el Gran Duque con el nombre de Pedro III. Las locuras del nuevo monarcaiban en aumento y sus excentricidades se volvían intolerables para todos.
"Los Amores de Catalina...para escuchar.
Fuentes:
Catalina La Grande: Emperatriz de Rusia, Erickson, Carolly
Catalina La Grande: Emperatriz de todas las Rusias, Fernando Díaz Plaja.
Catalina La Grande, Henry Troyat
Catalina de Rusia, Paul Mourousy
Wikipedia
Imágenes: Internet Google