Había una vez, en la Roma del emperador Tiberio…una joven extremadamente hermosa. Ella soñaba con ofrecer sus muñecas a los lares de la familia, vestir la túnica recta para el buen augurio, cubrir su cabeza con el flammeum y lucir el cinturón de lana cuyo nudo sólo un marido podría desatar…sí, Valeria Mesalina soñaba con casarse.
En condiciones normales el matrimonio de esta noble belleza -emparentada a la familia real- y con un funcionario de renombre, hubiera sido sólo un trámite, pero la falta de una dote adecuada complicaba la búsqueda de candidato. Fue gracias al consejo y la oportuna intervención del pariente Calígula –futuro emperador- que Valeria conoció a uno de los más importantes retoños de la familia imperial: Tiberio Claudio César Augusto Germánico, su futuro marido, más conocido como Claudio.
La vida amorosa de Claudio había sido poco usual para un noble de esos tiempos. Se dice que sus gustos sexuales eran “completamente correctos” haciendo referencia a que no mantenía relaciones homosexuales o pederastas y tenía –según Suetonio- “gran pasión por las mujeres, pero ningún interés en los hombres”. Después de dos matrimonios infructuosos finalmente en el año 39 d.C. Claudio era un hombre felíz y completo, tenía por esposa a la mujer que adoraba y ésta le había dado su primer hijo, Tiberio Claudio Germánico.
Valeria Mesalina mientras tanto había descubierto el enorme poder de seducción que ejercía sobre todos los hombres, y su vanidad y arrogancia crecían día a día. No es difícil imaginar su extrema alegría cuando se enteró que el marido había sido inesperadamente nombrado: Imperator.
Su nueva posición de privilegio le permitía hacer lo que quisiera. Se dice que comenzó mandando a asesinar a algunos parientes desagradables, como la hermana de Calígula, porque era demasiado hermosa y Valeria Mesalina no aceptaba rivales. También se cuenta que al mismo tiempo en que purgaba parientes y haciendo uso de su extraordinaria belleza conquistaba senadores, militares y en general cualquier hombre que pudiera servir a sus propósitos.
Claudio, ciegamente enamorado de su esposa y concentrado en su gobierno, parecía no advertir que ella lo manipulaba, y tampoco las incursiones de Valeria por las noches. Los enemigos de la mujer contaban que ella alquilaba una celda vulgar en uno de los burdeles de la ciudad, donde se prostituía con el nombre de Lycsisca. Ya por ese entonces eran legendarias las anécdotas de la vida promiscua y se decía que la esposa del emperador era mala, bizarra, intrigante, cruel y disoluta. Quizás por aquellos tiempos conoció Valeria a la también hermosísima siciliana Escila, la prostituta más famosa de Roma.
Aprovechando la ausencia de Claudio, quien estaba en Britania, la arrogante Valeria desafió a Escila. La competencia consistía en averiguar quién podía atender sexualmente más hombres en una noche. Cuentan que Escila se rindió después de haber sido poseída por 25 hombres. Y Mesalina salió victoriosa después de atender la increíble cifra de 200 hombres.
Pero los desenfrenos de Valeria terminaron súbitamente cuando Claudio se enteró que su esposa, se había “casado” con el guapo cónsul Silio, mientras él se encontraba en Ostia. Ante la expuesta bigamia el emperador sintió que su poder y vida peligraban por una posible conspiración para usurpar el trono.
Los amantes fueron condenados. Silio fue obligado a suicidarse, mientras que la mujer fue asesinada por dos pretorianos, por su negativa a inmolarse.
Claudio no presenció la ejecución, todos temían, incluso él, que en el último minuto le concediera el perdón a Valeria Mesalina. El hombre más poderoso del mundo, todavía la amaba.
Fuente Wikipedia
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