Con un rostro de virgen dolida y la mirada profunda y asustada, la actriz representó por mucho tiempo la imagen de “la perfecta mujer casada”. Dicen que sólo Hitchcock se animó a explorar ese lado sensual de unas facciones que prometían tanto placer como dolor.
Mientras los éxitos se sucedían –“¿Por quien doblan las campanas?” “La Exótica” “Encadenados” y ganaba su primer Oscar por “Luz de Gas”… el público norteamericano la idealizaba. Pero un tremendo escándalo cambiaría esa imagen de esposa fiel.
En 1949, época del neorrealismo italiano, un director llamado Roberto Rossellini era admirado, sobre todo por su película “Roma, ciudad abierta” e Ingrid Bergman, fascinada pidió expresamente trabajar con él.
"Querido señor Rossellini: he visto sus films Roma, ciudad abierta y Paisá y me han gustado mucho. Si necesita una actriz sueca que habla muy bien el inglés, que no ha olvidado el alemán, que puede hacerse comprender en francés y que en italiano solo sabe decir ti amo, estoy decidida a venir a trabajar con usted".
Y no sólo trabajaron juntos, ¡se enamoraron como locos! Y ambos olvidaron que estaban casados. Ingrid quedó embarazada, terminó abandonando a su esposo y se marchó a Italia para casarse con Rossellini. La sociedad estadounidense la llamó “Ladrona de hombres, madre indigna y ser despreciable”.
Bergman fue demonizada como promotora del “amor libre”, pero siguió con su romance, fue madre de dos mellizas y con el tiempo se separó de Rossellini y se casó con un productor sueco. Siguió trabajando, ganó un total de tres Oscar e innumerables premios y cumplió su gran ilusión de interpretar a Juana de Arco, una figura que para ella representaba un icono fundamental en su vida.
Murió un 29 de agosto de 1982 a los 67 años, el mismo día y mes en el que nació.
Para muchos, Ingrid Bergman seguirá viva, “a medida que pase el tiempo”. Es una inmortal Ilsa mirando apasionadamente a Rick, el hombre que ama, en una despedida eterna… mientras parte con su marido, el hombre que admira.