Ella supo desnudarse…sin desvestirse. De hecho sólo le bastó quitarse muy lentamente los guantes para desatar una tormenta de sensualidad en los espectadores. Y también un escándalo, cuando la Iglesia desaprobó la escena y consideró como “gravemente peligroso” su “osado strip tease del brazo” en Gilda.
Si a la tímida e introvertida Margarita Cansino le hubieran avisado que se convertiría en una leyenda de Hollywood, no lo hubiera creído. Tenía el tipo latino –que por entonces no estaba de moda- cabellos negros, frente angosta, naríz ancha y estaba excedida de peso. Eso sí, bailaba como una diosa.
Cuando un cazatalentos la descubrió, los directores de Columbia Pictures la obligaron a adelgazar, a practicarse una rinoplastia y lo más doloroso, las sesiones de electrólisis para ampliarle la frente. Luego le tiñeron el pelo de negro a castaño y más adelante a pelirrojo y voilá…había nacido la estrella más brillante de la época dorada del cine americano, la bomba erótica: Rita Hayworth.
La “puesta a punto” estética, desde luego no fue todo. Su enorme talento artístico y esas cualidades como bailarina (que eclipsarían al mítico Fred Astaire) la llevaron desde papeles secundarios hasta “Blood and Sand“(Sangre y Arena), la película que significó su lanzamiento como sex simbol indiscutible de las décadas cuarenta y cincuenta. El despegue de su carrera y su fama como “The Great American Love Goddess” coincidió con el inicio de la II Guerra Mundial y los soldados la convirtieron en una de las “pin up girls” más populares de la historia. Pero fue al terminar la guerra cuando Rita conseguiría el inmortal papel en “Gilda” y al son de “Put the Blame on Mame” y luego de intercambiar un par de bofetones de ida y vuelta con Glenn Ford, la mujer fatal marcaría la vida de Hayworth.
Su célebre imagen tapizó casilleros, barracones, submarinos y estuvo pintada en el avión que lanzó la bomba nuclear en un ensayo sobre las islas Bikini, algo que indignó a la pacifista actriz. Rita se casó cinco veces: la primera con Edward Judson, quien la lanzó al estrellato, y también con Orson Welles, con el actor Dick Haymes y con James Hill. Pero su matrimonio más glamoroso fue con el príncipe Ali Kahn, un sibarita, seductor y descendiente directo de Fátima, la hija de Mahoma. Este Príncipe Azul le dio a la plebeya neoyorquina, una boda en la costa azul francesa, una hija, marfil, oro, perlas y las infidelidades que terminaron en divorcio. También la convirtió en la primera actriz en ser princesa, antes que Grace Kelly.
“Los hombres se enamoran de Gilda y se acuestan con Gilda... y al día siguiente se despiertan conmigo”.
La diosa del amor ciertamente fue –en sus palabras- “un producto de la máquina infernal de Hollywood”, la mujer más deseada de su época y una de las bellezas más deslumbrantes… aunque los hombres de su vida no la hicieron feliz. Finalmente el penoso Alzheimer barrió con todos sus recuerdos, buenos y malos y murió el 14 de mayo de 1987, a los 68 años.
Pero la memoria colectiva sin embargo, no olvida a la Pelirroja, a Salomé, La Dama de Shangai, y sobre todo a Gilda con el cabello rizado, la voz insinuante, el vestido negro y... aquel guante.
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